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La teoría más ordinaria dice que a través de los ojos se ve el alma, y es verdad. Mientras más de cerca se miren los dos cuerpos, más cerca se puede ver el alma. Hasta llegó a darme miedo notar que a esa distancia todas las personas se ven iguales. Julio Cortazar agregaba éste momento en el capítulo 7 de Rayuela: “Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos”.
También se puede pensar que el alma emerge de la boca en cada susurro, cada aliento, cada palabra. Es la máxima expresión de uno: el habla. Constantin Stanislavski decía que cada palabra y hasta cada letra tenía una forma y un cuerpo que expresaban muchas cosas, y estas mínimas palabras contenían una forma espiritual: “¿No notan ustedes que esas olas vocales llevan consigo partículas de ustedes? No son vocales vacías, tienen un contenido espiritual”.
¿Pero que pasaría con una persona muda? Las manos son quizás el mayor centro energético del cuerpo. Expresan cada necesidad, y son las que llevan la vida cotidiana. Si cerramos los ojos puedo sentir el alma en una caricia. Pero si nos desnudamos y nos mimetizamos piel con piel, puedo sentir el alma en todo el cuerpo.
Llego a la conclusión de que el alma se siente incómoda en un cuerpo y busca escapar por cualquier lugar que encuentre, la mirada, las manos, la voz, la sangre o la transpiración... cualquiera que sea. Sería bueno no atarla tanto a nosotros y dejarla salir un poco más.