lunes, 31 de agosto de 2009

Movimientos literarios - Libros y autores que hicieron historia

La Cabaña del Tío Tom, por Harriet Beecher Stowe

Corría el año 1852 en Estados Unidos. La tensión entre los estados pro-esclavistas y los abolicionistas se encontraba en su punto máximo. Fue en ese momento cuando comenzó a publicarse por partes La cabaña del Tío Tom, una novela escrita por Harriet Beecher Stowe, una mujer abolicionista y audaz que se animó a cuestionar desde la literatura al esclavismo y que despertó la conciencia entre el pueblo norteamericano. Fue tal su repercusión, que es recordado como el libro que impulsó el desencadenamiento de la Guerra Civil entre los estados del norte y del sur.

La cabaña del Tío Tom cambió la historia. Al igual que muchos otros libros, demostró cuan lejos puede llegar el poder de la palabra. Fue la novela más vendida en el siglo XIX y el segundo libro más comprado de la época, después de la Biblia. Esta comparación es importante ya que refleja claramente la repercusión que tuvo la novela en aquel momento. Tras el primer año de su publicación, se vendieron unas 300.000 copias del libro. Su mensaje aún genera controversias y es fuerte en relación a la discriminación y a lo que significó el esclavismo en la historia de Estados Unidos.

El libro abarca otros temas secundarios, como la autoridad moral de la maternidad y las posibilidades de arrepentimiento ofrecidas por el Cristianismo. La historia transmite valores también expresados en la Biblia, ya que Stowe era muy cristiana, hija del presidente de un seminario cristiano, y esposa de un profesor de literatura bíblica en la facultad.

Pero sin duda, la novela deja en claro en cada página la inmoralidad de la esclavitud y los horrores que implicaba. A través de la historia del Tío Tom, un esclavo afroamericano, la autora refleja la dura realidad que vivían las personas en esas condiciones, que debían someterse a los maltratos de los propietarios. Tal fue la repercusión que tuvo en la historia estadounidense y en los valores del pueblo, que el propio Abraham Lincoln, candidato del partido republicano en ese entonces y un importante abolicionista, aseguró que fue Stowe quien verdaderamente ganó la Guerra Civil.

domingo, 30 de agosto de 2009

Fragmento de Rayuela (capítulo 7)

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Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.





El capítulo 7 de Rayuela es uno de los pocos textos que tiene tanto peso en su virtuosidad, que logra autonomía por sobre la obra.
Es también conocido como Los Cíclopes, y describe como pocos el breve y eterno instante de un beso.
Rayuela fue escrita en 1963 por el escritor argentino Julio Cortázar, y constituye una de las obras centrales del boom latinoamericano.







Diego Kogan, director de teatro
MI EXPERIENCIA CON ESTA OBRA




“En el ´94 se cumplían diez años de la muerte de Cortazar y se lanzaron una serie de actividades, y entre ellas, salió la idea de hacer Rayuela en el teatro. Llamaron a mi padre Jaime Kogan para dirigirla y a Ricardo Monti para adaptar el texto, mientras yo me encargaba de la asistencia.
Ricardo viajó a Francia para pedirle la autorización a Aurora Bernardez, la viuda de Cortazar, que la leyó, le gustó y nos dio el visto bueno, y luego estuvo presente en el estreno en el Payró.
Hicimos una temporada entera y viajamos a España para hacerla. La crítica y la gente elogiaba mucho la obra.
El escenario era increíble. De punta a punta estaba lleno de arena, incluyendo las butacas de los espectadores, que siempre salían con arena en los zapatos.
Una de las anécdotas más lindas que recuerdo fue un día que nos quedamos sin luz. Volvía y se iba, así que decidimos parar la función porque los equipos se iban a arruinar. Pero entre todos, incluyendo el público, decidimos prender todas las velas que teníamos, que eran muchas, ya que la escenografía llevaba algunas. Fue muy loco la complicidad con la gente. La obra siguió solo con la luz de las velas, que mezcladas con la arena creaba un clima alucinante. Ese día aplaudieron más que nunca”.




La venganza será terrible

Nadie sabe mejor que Edmundo Dantés, el protagonista de El conde de Monte-Cristo, que la venganza sabe mejor servida bien fría. A este joven marino, de promisoria carrera y dueño de una existencia plena, se lo privó de todo en un instante.

A la edad de 18, y proveniente de una familia muy humilde, Dantés ya se había convertido en el primer oficial del Faraón, un barco mercante; contaba con el aprecio de su patrón, el señor Morrel; el amor de su padre, y la devoción de su amada Mercedes.

Pero la envidia y la maldad de seres arrogantes hicieron que Edmundo se viera envuelto en un complot que acabaría con su vida tal como la conocía. En marzo de 1815 Dantés fue acusado de bonapartista –delito gravísimo en aquella época- y condenado a pasar el resto de sus días en la prisión de la isla de If.

El conde de Monte-Cristo, probablemente sea una de las novelas más vertiginosas y excitantes que jamás se hayan escrito. La magistral pluma de Alejandro Dumas dio vida a esta historia en 1844, que originalmente apareció como folletín por entregas en el Journal des Débats. Fue tal el impacto que produjo en la época que los lectores escribían a la redacción del periódico para conocer por anticipado el desenlace de los capítulos.

En los calabozos del castillo de If, Edmundo Dantés conoció al abate Faría. Un sabio que dominaba diez idiomas, manejaba a la perfección las ciencias de aquel entonces, y –dato crucial para el desarrollo de la historia- conocía el paradero de un tesoro que superaba por mucho la fortuna de cualquier noble europeo.

Faría educó y enseñó a pensar a Edmundo, le hizo inferir las razones por las cuales se encontraba cautivo, y sin quererlo, plantó el germen de lo que luego sería una fría, letal y muy estudiada venganza.

Tras 18 años de cautiverio Dantés logró escapar de If, encontró el tesoro y viajo por cuatro años a oriente. A su regreso, Edmundo Dantés ya no existía. Ahora el destino de muchos estaría en las manos del Conde de Monte Cristo.

Si el lector conoce versiones televisivas o cinematográficas de esta historia, debe saber que ninguna reproducción le hizo honor al original hasta el momento. Es como admirar a la Gioconda en una lata de dulce de batata, allí la mano de Da Vinci desaparece. Lo mismo con la pluma de Dumas.

Con perdón de James Caviezel y Pablo Echarri, pero el Conde no regresó de la muerte para ser un pusilánime, ni para dudar con sus enemigos. Volvió para castigar a aquellos que lo despojaron de todo, despojándolos de todo. Volvió para cuidar de aquellos que le fueron leales.

Robert Stevenson dijo alguna vez que, con todo respeto por Shakespeare, si él tuviera que elegir entre Ricardo III y El conde de Monte-Cristo, se quedaría con Dumas.

Fernando Córsico.