martes, 8 de septiembre de 2009

El clásico: Cien Años de Soledad

Un mundo fantástico, real y eterno

La obra maestra del escritor colombiano Gabriel García Márquez conserva su vigencia y su valor literario luego de 42 años.




Muchos años antes, algo más de 42, el grandioso Gabriel García Márquez no podría haberse imaginado que Macondo se convertiría en el hábitat por excelencia de los mundos novelescos, la historia centenaria de los Buendía en una leyenda de referencia ineludible en la creación narrativa, y que Cien Años de Soledad se volvería una obra clave de la literatura contemporánea; o sí.

La ambición que exhibe la obra maestra del escritor colombiano, esa vocación brillante y eficaz por construir y desarrollar un mundo vasto y diverso en el acotado marco de una novela, dan cuenta de por qué este libro fue traducido en 35 idiomas, ha vendido más de 30 millones de ejemplares y le valió a su autor un premio Nobel en 1982.




"El Gabo", como se conoce a este respetable escritor y periodista, fue el fundador de un nuevo estilo literario en Latinoamérica: el realismo mágico. A raíz del auge de discrepancia surgida entre las culturas tecnológicas y supersticiosas, y la aparición de dictaduras políticas que controlaron el modo de decir y escribir, el realismo mágico surgió por 1960 como una alternativa de expresión: propone un reto para la nocion común de la "realidad", cuestiona la concepción de la verdad, permite, por medio de un lenguaje evocado y preciso, que los elementos de lo cotidiano convivan con gran naturalidad con lo maravilloso, y reformula lo inverosímil para convertirlo en verídico y poético.



Regida por estas pautas, Cien Años de Soledad se nutre de elementos estéticos tales como hipérboles para crear un nexo entre lo fantástico y concreto, de modo que no se pueda distinguir entre realidad e irrealidad, o mejor aún, que el cuestionamiento pierda valor analítico.

En 2007 la obra cumplió 40 años y fue reeditada en Argentina por Alfaguara.



"Todo lo escrito era irrepetible desde siempre y para siempre", concluye. Esa misma escencia de eternidad es la que permite que Cien Años de Soledad mantenga su vigencia.

Las fuertes huellas de Alfonsina

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Por la blanda arena que lame el mar
Su pequeña huella no vuelve más
Un sendero solo de pena y silencio llegó
Hasta el agua profunda un sendero solo
De penas mudas llegó hasta la espuma.

Sabe Dios qué angustia te acompañó
Qué dolores viejos calló tu voz
Para recostarte arrullada en el canto
De las caracolas marinas la canción que canta
En el fondo oscuro del mar la caracola.

Te vas Alfonsina con tu soledad
¿Qué poemas nuevosFuíste a buscar?
Una voz antigüa de viento y de sal
Te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas hacia allá como en sueños
Dormida, AlfonsinaVestida de mar.

Cinco sirenitas te llevarán
Por caminos de algas y de coral
Y fosforescentes caballos marinos harán
Una ronda a tu lado y los habitantes
Del agua van a jugar pronto a tu lado.

Bájame la lámpara un poco más
Déjame que duerma nodriza, en paz
Y si llama él no le digas que estoy
Dile que Alfonsina no vuelve y si llama él
No le digas nunca que estoy di que me he ido.

Te vas Alfonsina con tu soledad
¿Qué poemas nuevosFueste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas hacia allá como en sueños
Dormida, AlfonsinaVestida de mar.

Alfonsina y el mar


Compuesto por Ariel Ramirez y Felix Luna, este tema que recuerda el trágico final de la escritora, ha sido interpetado por grandes músicos como Andrés Calamaro, Mercedes Sosa, Luis Salinas, Jairo, José Carreras, Shakira, Alfredo Kraus y varios otros dispersos por el mundo.






Alfonsina fue operada de un cáncer de mama el 20 de mayo de 1935, marcándola hasta el final de sus días. Desde siempre, era depresiva, paranoica y sufría ataques de nervios, pero esta enfermedad potenció todos sus problemas. Se volvió reservada y cauta con las relaciones.
En octubre del ´38, viaja a Mar del Plata y el martes 25 deja su habitación con pasos firmes hacia el mar. A medida que el mar se subía besando sus piernas, los problemas desaparecían y nacía la muerte más recordada de la literatura argentina.



Antes, había escrito dos cartas. Una a su hijo Alejandro, y un poema de despedida al diario La Nación:

Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme puestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Pónme una lámpara a la cabecera, una constelación, la que te guste, todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que te olvides.

Gracias... Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfonole dices que no insista, que he salido..."