domingo, 30 de agosto de 2009

Fragmento de Rayuela (capítulo 7)

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Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.





El capítulo 7 de Rayuela es uno de los pocos textos que tiene tanto peso en su virtuosidad, que logra autonomía por sobre la obra.
Es también conocido como Los Cíclopes, y describe como pocos el breve y eterno instante de un beso.
Rayuela fue escrita en 1963 por el escritor argentino Julio Cortázar, y constituye una de las obras centrales del boom latinoamericano.







Diego Kogan, director de teatro
MI EXPERIENCIA CON ESTA OBRA




“En el ´94 se cumplían diez años de la muerte de Cortazar y se lanzaron una serie de actividades, y entre ellas, salió la idea de hacer Rayuela en el teatro. Llamaron a mi padre Jaime Kogan para dirigirla y a Ricardo Monti para adaptar el texto, mientras yo me encargaba de la asistencia.
Ricardo viajó a Francia para pedirle la autorización a Aurora Bernardez, la viuda de Cortazar, que la leyó, le gustó y nos dio el visto bueno, y luego estuvo presente en el estreno en el Payró.
Hicimos una temporada entera y viajamos a España para hacerla. La crítica y la gente elogiaba mucho la obra.
El escenario era increíble. De punta a punta estaba lleno de arena, incluyendo las butacas de los espectadores, que siempre salían con arena en los zapatos.
Una de las anécdotas más lindas que recuerdo fue un día que nos quedamos sin luz. Volvía y se iba, así que decidimos parar la función porque los equipos se iban a arruinar. Pero entre todos, incluyendo el público, decidimos prender todas las velas que teníamos, que eran muchas, ya que la escenografía llevaba algunas. Fue muy loco la complicidad con la gente. La obra siguió solo con la luz de las velas, que mezcladas con la arena creaba un clima alucinante. Ese día aplaudieron más que nunca”.




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