Nadie sabe mejor que Edmundo Dantés, el protagonista de El conde de Monte-Cristo, que la venganza sabe mejor servida bien fría. A este joven marino, de promisoria carrera y dueño de una existencia plena, se lo privó de todo en un instante.
A la edad de 18, y proveniente de una familia muy humilde, Dantés ya se había convertido en el primer oficial del Faraón, un barco mercante; contaba con el aprecio de su patrón, el señor Morrel; el amor de su padre, y la devoción de su amada Mercedes.
Pero la envidia y la maldad de seres arrogantes hicieron que Edmundo se viera envuelto en un complot que acabaría con su vida tal como la conocía. En marzo de 1815 Dantés fue acusado de bonapartista –delito gravísimo en aquella época- y condenado a pasar el resto de sus días en la prisión de la isla de If.
El conde de Monte-Cristo, probablemente sea una de las novelas más vertiginosas y excitantes que jamás se hayan escrito. La magistral pluma de Alejandro Dumas dio vida a esta historia en 1844, que originalmente apareció como folletín por entregas en el Journal des Débats. Fue tal el impacto que produjo en la época que los lectores escribían a la redacción del periódico para conocer por anticipado el desenlace de los capítulos.
En los calabozos del castillo de If, Edmundo Dantés conoció al abate Faría. Un sabio que dominaba diez idiomas, manejaba a la perfección las ciencias de aquel entonces, y –dato crucial para el desarrollo de la historia- conocía el paradero de un tesoro que superaba por mucho la fortuna de cualquier noble europeo.
Faría educó y enseñó a pensar a Edmundo, le hizo inferir las razones por las cuales se encontraba cautivo, y sin quererlo, plantó el germen de lo que luego sería una fría, letal y muy estudiada venganza.
Tras 18 años de cautiverio Dantés logró escapar de If, encontró el tesoro y viajo por cuatro años a oriente. A su regreso, Edmundo Dantés ya no existía. Ahora el destino de muchos estaría en las manos del Conde de Monte Cristo.
Si el lector conoce versiones televisivas o cinematográficas de esta historia, debe saber que ninguna reproducción le hizo honor al original hasta el momento. Es como admirar a la Gioconda en una lata de dulce de batata, allí la mano de Da Vinci desaparece. Lo mismo con la pluma de Dumas.
Con perdón de James Caviezel y Pablo Echarri, pero el Conde no regresó de la muerte para ser un pusilánime, ni para dudar con sus enemigos. Volvió para castigar a aquellos que lo despojaron de todo, despojándolos de todo. Volvió para cuidar de aquellos que le fueron leales.
Robert Stevenson dijo alguna vez que, con todo respeto por Shakespeare, si él tuviera que elegir entre Ricardo III y El conde de Monte-Cristo, se quedaría con Dumas.
Fernando Córsico.
domingo, 30 de agosto de 2009
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