jueves, 8 de octubre de 2009

Parte de mi

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Mis padres decidieron irse. En buena hora, un merecido viaje, un descanso sobre la cotidianeidad hilarante del trabajo forzoso. Solo quedaba en la casa mi pequeña hermana, Chole, y yo, que debía cuidarla durante una larga y tediosa semana. Mi labor consistiría básicamente en despertarla, alimentarla, y hacer cumplir sus obligaciones escolares.

Sin previa preparación para mi nueva adaptación, y sin conocimientos culinarios, la situación obligo a que nuestra primera cena tuviera lugar en Loure´s, destacado restaurante del pueblo, donde uno tiene el derecho de comer todo lo que le sienta la gana. Empecé degustando un sabroso plato de fiambres del mediterráneo. Acabado el mismo, este plato seria recargado con distintas ensaladas, en varias tandas. Concluida la primera digestión, seria el turno del plato principal, compuesto por pequeñas muestras de la oferta del chef, y segmentado en cinco platos consecuentes. El postre no tendría importancia, mi satisfacción me lo impedía. Chole, por su parte comió un delicioso pastel de fresas que supo compartir.



Luego caminamos rumbo a casa, tomados de la mano, por un bello camino de piedras que concluía en la iglesia del pueblo. Ese instante fue interesante para que el alimento de esa noche tuviera su lógico mecanismo de digestión. Así, una vez llegado a casa, me senté en mi cama, respire profundamente con la mirada perdida por unos pocos segundos, saque mi zapato izquierdo y, con lógica consecuencia, el derecho. En similares movimientos, saque mi media izquierda, y luego la derecha, colocándolas dentro de sus respectivos zapatos. En su lugar, mis pies aceptaron las pantuflas que esperaban tranquilas al costado de mi cama. Ordene a Chole que se acostara, y cuando se encontraba tapada por su gigantesca sabana, la tape aun más y dándole un beso en su frente le desee dulces sueños.



Sin nada más que hacer para sentirme cómodo, procedí al baño, donde concluiría con el destino esperado de la comida de esa noche. Sabía que era abundante.



Me senté y espere, con gran dolor e incertidumbre, ya que nada pasaba. Debí sacarme la camisa, ya que empezaba a tener calor. Debido a esto, también abrí el ventanal, que se encontraba sobre mi pared derecha, a la altura donde permanecía mi cabeza. Esto también ayudaba a renovar el aire, que se veía perturbado por gases propios. Afuera solo se veía la luna, gigante en ese día, donde mis ojos reposaban mientras permanecía sentado, como si redescubriera en aquella oportunidad, en esa bola efímera, una compañera pasajera que siempre subestime.

No permanecía derrotado ante el fracaso. Cambiaba las posiciones, lograba hacer muchísima fuerza, masajeaba la zona abdominal en movimientos descendentes, elevaba las rodillas hasta el pecho y hasta llegue a pegarme golpes de puño en el estomago, pero solo reavivaban el dolor.
Saque mis pantalones, que se encontraban arrastrados en el suelo sujetando ambas piernas y los tire con acertada puntería sobre una silla pegada a la bañera. El calor desaparecía, y prevalecía ahora el frío de este gran baño. Cerraba la ventana y la luna me despedía. Ahora quedaba solo.

Con un calzón dificultando mi andar, busque un libro en la biblioteca de la casa, la divina comedia, y leí tres páginas sin mucho interés.

Ya durmiéndome sobre mis rodillas, casi sin quererlo, algo pequeño se desprendió de mi ano. Era muy diminuto, insignificante, pero por lo menos era un comienzo. Sabía que algo se estaba engendrando detrás de esa pequeñez, y que ese seria el momento donde debía juntar todas mis fuerzas para poder dar por concluida esa maldita noche.
En verdad, este es un momento que en general disfruto mucho, pero en esta oportunidad lo padecía. Llegue a tener ganas de llorar y suplicar piedad ante mi dolor estomacal. Mis ruegos parecen haber sido escuchados, no se si por Dios (me cuesta creer que estime una suplica de estas características), pero por alguna deidad seguro, ya que mientras gritaba con agonizante dolor “Dios mío, ayudame”, algo gigante empezaba a salir. En ese momento supe que no podía escatimar en esfuerzo y acompañe la caída con fuerza descomunal. Pocas veces apliqué mi energía para llegar a hacer tanta fuerza.



Mi trasero se veía en su totalidad salpicado por el agua, como quien moja su cara luego de un caluroso esfuerzo. Costo, pero el momento finalmente llego. Y el alivio se mezclo con un silencio tranquilizador en el aire.
No anhelaba nada más que estar en mi cama, pero en verdad no podía moverme, había consumido muchas energías y debía descansar. Sabía que ya había vencido el primer obstáculo, y que si quería, podía continuar defecando y lo lograría con éxito. Pero realmente ya no tenía más ganas, y aunque tuviera más en mi interior, con lo despedido era suficiente para dormir bien.
Me levante con movimientos veloces, como si concentrara la poca fuerza que me quedaba para ese momento, y comencé a limpiarme en el bidet. Me seque suavemente, ya que esa zona se encontraba un tanto irritada, y levante mi calzón, hasta alcanzar la altura requerida. Giré para tirar la cadena, pero mi movimiento se detuvo ante el estupor de ver el tamaño de aquel trozo fecal (llamado sorete, a partir de este momento). Era realmente grueso ese sorete, un tanto más que la medida de un choclo. Y la longitud era aun más asombrosa, un trozo se posaba sobre la superficie seca, de punta a punta, mientras otro pedazo de igual tamaño yacía sobre el fondo del agua. Podía notarse un marrón claro por debajo del agua, y un marrón oscuro por fuera.
Debo admitir que lo mire un rato largo antes de tirar la cadena, pero lo hice. Tire la cadena mientras veía como aquel sorete se reía de mí sin querer moverse. Espere unos segundos para que vuelva a llenarse de agua la mochila e insistí. Pero nada parecía inquietarlo.

Me fui dándole tiempo al agua misma para que ayude en esta feroz guerra. Con un tiempo a solas, el agua lo ablandaría y al volver a tirar la cadena se partiría como el Titanic y por fin no quedarían rastros de aquella nefasta noche.


Fui a dormir tranquilo. Más tranquilo que nunca.


CONTINUARA...

Leopoldo

3 comentarios:

  1. Jaja, medio asqueroso, pero interesante...

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  2. Cual es la gracia? Quien es el autor? Continuara... para que? Es un asco.

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